‘La discreta enamorada’ o cómo la juventud entusiasma al público
Cuando se ve una obra y se tiene la intuición de que está hecha para el público apetece contárselo a ese público. Eso es lo que pasa con la obra La discreta enamorada de Lope de Vega de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC). Producción que, como se hacía antaño, está siendo rodada por distintos lugares, provincias se decía, antes de su estreno en Madrid, la capital, en septiembre.
Así que ya se ha visto en Galicia; en Málaga, en el SOHO – Caixabank, el teatro de Antonio Banderas; en Alcalá de Henares, dentro del Festival Iberoamericano del Siglo de Oro de la Comunidad de Madrid. Lugares donde ha dejado un reguero de felicidad y buen rollo. Y, en breve, se verá en el Festival de Almagro donde estará del 14 al 23 de julio.
Obra a la que con perspectiva contemporánea se le podrían poner algunos peros. Peros que, sin embargo, se pasan por alto al ser un gracioso divertimento a base de enredos amorosos. A la energía que le da su joven elenco, salido de un proceso de selección al que se presentaron mil personas para formar parte de la Joven CNTC y que se alternará en los papeles. Y a la maestría y el sosiego que aportan Lluís Homar, que dirige y actúa, y Montse Diez.
Todos ellos, junto con el resto del equipo artístico y el equipo técnico, se han puesto manos a la obra para hacérselo pasar bien al personal con la historia de Fenisa. Una mujer joven, una señorita, a la que se pide discreción. Que no muestre interés, ni deseo, por los hombres en particular, y por la vida en general, como la mejor manera de conseguir un buen partido.
Algo imposible. Ella ya le ha echado el ojo a Lucindo. Un joven noble apuesto que sin embargo mira para otro lado, es decir, a otra, a Gerarda. Mientras que a Fenisa ya le ha puesto el ojo otro, un vecino de edad provecta, rico y a la sazón padre de Lucindo. Un señor por el que la madre de Fenisa, viuda, bebe los vientos.
Y, si bien en la obra hay expresiones sobre matar a las mujeres que encelan a los hombres o que no les corresponden, además de ideas tradicionales sobre lo que es ser hombre o mujer, que chirrían o deberían chirriar a los oídos actuales, la obra de Lope muestra a unas mujeres empoderadas, por usar terminología contemporánea. Mujeres que, al menos en los asuntos amorosos, gobiernan el mundo porque conocen cómo funciona emocionalmente dicho mundo.
Añádase a todo lo anterior una escenografía sencillamente compleja, de una belleza eficiente, y tendente a lo grande pensada para un teatro como el Teatro de la Comedia más que para el Teatro Salón Cervantes de Alcalá de Henares, lugar en el que vio para hacer la crítica.
Además de un vestuario que señala la época en la que sucede la obra a la vez que remite a un elegante estilo streetwear que podría haber salido de Vinted o Zalando. Diversidad de formas y colores corporales, como si fuera un de los anuncios icónicos de Benetton. Y música en directo, al estilo de una banda de amigos que tocan pop, a veces melódico, en el garaje de su casa o en el garito donde se reúnen de forma habitual.
Si se agita, y se agita bien, sale un buen coctel. Uno que irá aromatizando la sala a medida que se represente y los actores se sientan libres para, una vez dominada la técnica del verso que les ha enseñado Vicente Fuentes, como ya tienen, sepan colocarlo en escena. Darle vida. Como de hecho hacen a medida que pasa la función, el día al que pertenece esta crítica, gracias la confianza que ganan debido a la atención y las risas que les dedica el público.
Puede que la obra se haga larga, pues se representa el texto completo sin cortes y sin intermedios. Puede que llame la atención que en la trama estos jóvenes capitalinos, pues la cosa sucede en la corte, canten una canción en catalán y no algún estándar italiano para acurrucarse al lado de la amada. Puede que sea demasiado explícito el movimiento de caderas en la escena que se habla metafóricamente de sexo, al estilo de las comedias de Lina Morgan. Puede que sean superfluas esas enredaderas que se ponen en los brazos o esas flores que se van colocando en el pelo y en la cintura a medida que el amor les va ganando, conquistando, aunque es un detalle bonito, con gracia, pues el amor colorea y huele bien.
Como puede que extrañe la presencia de los tramoyistas y otros técnicos en escena. O que haya algunos actores que con el texto en la mano hagan como si fueran apuntadores. Aunque, esta puede ser una sutil nota de dirección, en la que indica que todo lo que se ve es artificio. Es algo escrito, pensado, colocado y puesto para conseguir que algo funcione, que adquiera vida y suceda. Lo mismo que hace Fenisia tratando de dar vida a su amor por Lucindo. Son notas discretas, apuntes, que quizás pasen desapercibidos.
Si, en esta primera tanda de representaciones puede haber más de un quizás y más de un pero. Es cierto. Pero tal y como se muestra, se nota que gusta al público. Por el silencio con que sigue aquellas partes de la representación que no son pura comedia. Y por los aplausos y los bravos que le dedican al final reclamando la permanencia en la escena del joven elenco y de sus maestros. Una energía que no pasa desapercibida a ese público profesional que forma la crítica y que entiende por qué la platea ha sentido ese entusiasmo. Eso que hará que no le cuesta nada recomendársela a cualquiera desde la adolescencia hasta la senectud. Lo que convierte al teatro en un lugar de encuentro de mayores y jóvenes, donde poder reconocerse y, en ese reconocimiento, poder reírse de sí mismos.
Así, en el Teatro Romano de Mérida, miles de espectadores han disfrutado de esta poderosa obra, escrita y dirigida por…
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